martes, 12 de enero de 2010

EL HOMBRE QUE CABALGÓ SOBRE UN OSO


En el pueblo de Norogachi había un hombre mestizo que era buen amigo de los rarámuri y por eso era bien aceptado en las teswinadas y hasta lo invitaban cuando se trataba de una fiesta o de trabajar juntos y luego tomar teswino.

Este hombre iba gustoso y participaba en las faenas trabajando igual que los demás, pues tenía una buena convivencia con los rarámuri y hablaba bien su idioma.

El gran defecto que tenía este hombre era el gusto que tenía por contar mentiras. Era tan mentiroso que costaba trabajo creerle cuando decía la verdad.

Así era el, contaba unas historias fantásticas con lujo de detalles, como si en verdad las hubiera vivido. Pero como ya lo conocían todos y sabían que eran puros inventos suyos, le hablaban para pedirle que les contara sus aventuras y divertirse con las cosas que decía. Eso sí, cuidaban muy bien de no reírse delante de él, porque lo consideraba una ofensa y falta de crédito a sus palabras.

Una de las cosas que platicaba como si en verdad hubiera ocurrido, era la ocasión en que anduvo montado en un oso.

Contaba que una mañana ensilló su mula, compañera de muchas aventuras, para ir a campear y buscar una vaca que se le había perdido.

Anduvo todo el día en el monte sin encontrar rastros de la vaca. Se alejó mucho de su casa, se le hizo tarde y como empezaba a oscurecer, no le quedó más remedio que buscar un lugar para pasar la noche.

Pensando que si se quedaba, continuaría la búsqueda de su vaca al día siguiente, hizo campamento junto a un madroño muy grande. Desensilló su mula y la dejó suelta para que buscara pasto y agua, confiando en que era una mula muy mansa y no batallaría para ensillarla de nuevo cuando la necesitara, pues era una mula que entendía muy bien sus palabras y el le dijo que se quitara el hambre y la sed con el pasto y el agua que había en los alrededores y luego regresara al campamento porque en cualquier momento podría necesitarla.

El hombre hizo una fogata para calentar sus tortillas de maíz rellenas con frijoles, fue por agua a un arroyito cercano y puso a cocer unas matas de yerbanís de las muchas que había por ahí donde se encontraba.

De su bolsita de pinole sacó una piedrita de piloncillo y endulzó su bebida de yerbanís que le supo así muy sabrosa. Luego, se fumó un cigarro de tabaco cimarrón y se dispuso a descansar porque ya tenía mucho sueño.

Se enredó en su cobija, puso la silla de montar como almohada y se quedó profundamente dormido, sin darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Así durmió de un solo golpe hasta la madrugada.

Se despertó cuando eran como las cuatro de la mañana, según sus cálculos y como ya no tenía sueño, pensó que era mejor levantarse ya para ganar tiempo en la búsqueda de su vaca.

Estaba bastante oscuro todavía, pero le tenía mucha confianza a su mula y sabía que no le asustaba andar en la oscuridad, de manera que tomó el lazo, lo amarró al cuello de la mula y luego procedió a ponerle el freno.

Notó a la mula un poco rebelde al ponerle el freno y se puso a platicar con ella para tranquilizarla. –No te me rajes mi mulita chula- Le dijo. –Vamos a subir al cordón a ver si amaneciendo podemos divisar la vaca. Si no, pos nos regresamos y te dejo descansar todo el día-.

Haciéndole plática logró ponerle el freno y se felicitó una vez más por tener una mula tan entendida, pues estaba seguro de haberla convencido con sus palabras y con esa confianza le echó la silla encima, la ajustó y se montó de un salto para emprender rápidamente el camino.

No entendía por qué encontraba algo raro en el paso de la mula, pero no le dio demasiada importancia. Siguió adelante y fue a subir al cordón alto para divisar desde ahí en cuanto hubiera luz de día, con la esperanza de ver a su vaca.

Se puso a cantar una canción pero siguió pensando en ese trotecito raro de la mula y en que a lo mejor hacía falta cambiarle las herraduras o que ya había perdido alguna. Total, decidió esperar a que hubiera luz para revisar las patas de su bestia.

Todavía no aclaraba bien, pero ya había un poco de luz cuando iba subiendo a lo más alto del cordón. Con esa poca claridad se le figuró que las orejas de la mula eran más chicas que el día anterior y se le hizo chistoso. –Parece que todavía estoy soñando- se dijo a sí mismo.

De cualquier modo no se quedó a gusto y en cuanto subió a un planito para revisar que estaba pasando y se encontró con una gran sorpresa.

¡No era su mula!

Lo que tenía junto a él era un oso ensillado y con el freno de su mula puesto, que lo miraba mansamente.

Entonces se dio cuenta de que se había equivocado en la oscuridad y en lugar de ensillar su mula, ensilló un oso que andaba ahí cerca.

Como ya estaba ahí, no le quedó más remedio que montar nuevamente en el oso y seguir buscando su vaca.

Finalmente la encontró, pero tuvo que recorrer el monte durante un buen rato, montado en el oso, que parecía muy dispuesto a cooperar, pues se portó muy mansito.

Ya de regreso, se encontró con su mula que lo estaba esperando en el lugar donde había hecho campamento el día anterior. Se bajó del oso, lo desensilló y lo dejó en libertad, agradeciéndole el servicio prestado durante ese día y ensilló su mula nuevamente para regresar a casa.


Bustillos Gardea NOEL IRAN, Sotelo Holguín MARIA DEL CARMEN. CUENTOS DE LA SIERRA TARAHUMARA/ RA'ICHALI KAWICHÍ NIRÚAMI (ED. BILINGÜE ESPAÑOL/RARÁMURI). Chihuahua, México. Doble Hélice Ediciones. Colección Sol y Arena No. 17. 2007


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