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jueves, 13 de octubre de 2016

¡Encuéntrate a ti mismo!

-¡Encuéntrate a ti mismo..! Tal vez lo soñó o alguien se lo dijo, no podía precisarlo, pero la orden era directa y llena de convicción.
-¡Encuéntrate a ti mismo..! Se repitió en su mente y comenzó la búsqueda.
El espejo le devolvió una imagen que no era.
Su sombra era distinta.
Se buscó en su familia.
No se encontró en su trabajo.
Se buscó en otras personas.
No se reconoció en el mundo de afuera...
Cuando buscó en si interior miró su silueta dibujada y entendió que estaba en camino de encontrarse a si mismo...

miércoles, 24 de junio de 2015

LA MANDA

LA MANDA

Noel Irán Bustillos Gardea

Llegó al pueblito de El Tizonazo a pagar la promesa hecha un año antes al Santo Señor de los Guerreros.
Caía la tarde cuando se acercó a la capilla y pacientemente se fue abriendo paso para llegar hasta el altar y postrarse ante la imagen, como hombre de fe que era. De fe y de palabra, porque en un momento difícil empeñó su palabra y estaba ahí para cumplir.
Viajó solo, caminó cinco días a pie desde Parral, se perdió en el camino y tuvo que desandar un buen tramo. A esa hora de la tarde se sentía cansado, pero satisfecho. Tuvo que ceder el lugar ante el altar y frente a la imagen del Señor de los Guerreros a una mujer bastante mayor que parecía muy ansiosa y otra vez se abrió camino pacientemente para salir de la capilla.
En el atrio le pegó el sol de frente y se detuvo un momento. Además de la luz, le llegaron de golpe los sonidos, los olores y todo el colorido de la fiesta. Una gran fiesta, la feria del pueblo, en honor del santo. Gritos de vendedores de todo tipo de artículos, música norteña, corridos, canciones de ritmo duranguense. El festejo popular se percibía en grande más allá del atrio, porque ahí dentro aún se respiraba algo de fervor religioso, con los grupos de danzantes de matachines y las pretendidas danzas prehispánicas.
Siguió caminando. Le pareció que pasaba de un mundo a otro en un instante, pero habitado por las mismas almas. Algunos de los mismos rostros serios que un momento antes vio dentro de la capilla, se aparecían ahora, con la intención dibujada de correrse una parranda.
Aquí un puesto de discos piratas, más allá uno de carnitas, enseguida otro de baratijas chinas, en una camioneta vendían pomadas y remedios para curar todas las enfermedades. Siguió caminando y se detuvo a curiosear donde vendían sillas de montar, riendas, cabezadas, frenos, pitas, espuelas y un montón de cosas que él sabía que le hacían falta allá en el rancho.
Tenía hambre. El olor de los puestos de comida le recordó que ese día apenas había tomado pinole un par de veces mientras tomaba un descanso en el camino. Cualquier lugar es bueno, pensó mientras se acomodaba en un banco de madera, frente a un letrero que anunciaba tacos de carne asada a 35 la orden y junto a un anuncio de cerveza. —Por los que saben lo que quieren— rezaba el cartel en el que resaltaba el color rojo. El anuncio le disparó la sed y además de los tacos, pidió una cerveza.
Casi se terminó la cerveza para cuando llegaron los tacos, tan bien le supo, que pidió otra, una orden más de tacos, otra cerveza y otra.
Mañana me regreso en camión, pensó. Pero mientras tanto, qué bien me están cayendo estas cervecitas.
Casi oscurecía y aún no había buscado un lugar donde dormir, aunque realmente no le preocupaba mucho. Bastaba apartarse un poco de ese mar de gente y enredarse en su cobija en cualquier rincón. Por lo pronto tenía el ánimo alegre y nada que hacer hasta el momento de emprender el viaje de regreso.
Caminó sin llevar un rumbo definido, siguiendo el sonido de una canción que le gustaba y que podía distinguir entre toda la maraña de sonidos que a esa hora se tejían en el aire. —Dame el gusto mujer de tomar y gozar de la vida—. Escuchó más claramente la canción y se detuvo a averiguar dónde estaban los músicos y hacia allá encaminó sus pasos. Un escenario improvisado donde tocaba un conjunto de bajosexto y acordeón, carpas con marcas de cerveza, mesas, hieleras y un ambiente muy alegre de cantina improvisada y salón de baile al aire libre lo hizo decir para sí mismo, de aquí soy y aquí me quedo un buen rato.
Era más un hombre de trabajo que de fiesta, no era muy dado a las borracheras, pero esa noche se sentía muy contento. De cualquier modo era bastante sensato y sabía que era mejor cuidar su poco dinero, así es que se propuso escuchar la música un rato, tomar un par de cervezas más y hacer una prudente retirada.
Cerca de la media noche reinaba la alegría en el pueblito de El Tizonazo. Se habían consumido ya litros y más litros de cerveza y tequila. Los conjuntos de música no paraban de sonar en varios lugares y había quienes expresaban su alegría con descargas de balas al aire. Fue la hora en que decidió que era mejor buscar un lugarcito para pasar el resto de la noche y descansar.
Mientras caminaba hacia una lomita que pensaba remontar para buscar un lugar abrigado lejos del bullicio, escuchó una descarga de seis tiros al hilo y varios gritos de alegría. A lo lejos respondieron con otra descarga y más balazos de un lado y de otro. —Que se sigan divirtiendo. Para mí se acabó la fiesta por hoy— Pensó en voz alta como si alguien pudiera escucharlo. Y parecía que sí, porque en ese momento otra descarga rompió el aire y un instante después un solo balazo aislado.
Al momento sintió que algo le quemaba la garganta. De pronto no entendió de qué se trataba y llevó sus manos al cuello como un reflejo destinado a aliviar ese dolor ardiente que iba haciendo que se le nublara la vista. Sintió sus dedos mojados y mientras caía lentamente se dio cuenta de que una bala perdida lo había alcanzado.
José Encarnación González quedó tirado en el suelo con los brazos en cruz. Se había cumplido un año y seis meses de aquella promesa hecha al Señor de los Guerreros, cuando su hijo, recién nacido, estuvo a punto de morir por una enfermedad que él desconocía.
Santo Señor de los Guerreros, salva a mi hijo y te prometo que iré caminando a verte hasta El Tizonazo… Por favor, hazme el milagro, si quieres toma mi vida, pero haz que mi hijo se salve…”

Antes de perder definitivamente la conciencia, José Encarnación recordó palabra por palabra la oración pronunciada un año y seis meses atrás, con toda la esperanza y la fe de un hombre devoto.

CALIBRE .223

CALIBRE .223

Noel Irán Bustillos Gardea

Era un lejano y pacífico rincón del reino donde no pasaba nada. Del centro y de otros rincones alejados del reino llegaban noticias de muertes y desapariciones. El señor que regenteaba los asuntos de gobierno en este rincón del reino, mostraba al mundo la paz y la bonanza que él y sus regentes menores habían logrado.
Aquí nadie muere si no es de muerte natural, pregonaban a los cuatro vientos los heraldos del señor.
Naturalmente, contando los decesos naturales por balas calibre .223.

jueves, 11 de febrero de 2010

Altar de ofrendas en una ceremonia de Yúmari.
Los elementos que contiene este altar son, la cruz, orientada hacia donde sale el sol; tesgüino y tortillas, frutos del maíz; una pierna del animal sacrificado, carne cocida del propio animal y la cornamenta del mismo.