En el pueblo de Norogachi había un
hombre mestizo que era buen amigo de los rarámuri y por eso era bien aceptado
en las teswinadas y hasta lo invitaban cuando se trataba de una fiesta o de
trabajar juntos y luego tomar teswino.
Este hombre iba gustoso y participaba
en las faenas trabajando igual que los demás, pues tenía una buena convivencia
con los rarámuri y hablaba bien su idioma.
El gran defecto que tenía este hombre
era el gusto que tenía por contar mentiras. Era tan mentiroso que costaba
trabajo creerle cuando decía la verdad.
Así era el, contaba unas historias
fantásticas con lujo de detalles, como si en verdad las hubiera vivido. Pero
como ya lo conocían todos y sabían que eran puros inventos suyos, le hablaban para
pedirle que les contara sus aventuras y divertirse con las cosas que decía. Eso
sí, cuidaban muy bien de no reírse delante de él, porque lo consideraba una
ofensa y falta de crédito a sus palabras.
Una de las cosas que platicaba como si
en verdad hubiera ocurrido, era la ocasión en que anduvo montado en un oso.
Contaba que una mañana ensilló su
mula, compañera de muchas aventuras, para ir a campear y buscar una vaca que se
le había perdido.
Anduvo todo el día en el monte sin
encontrar rastros de la vaca. Se alejó mucho de su casa, se le hizo tarde y
como empezaba a oscurecer, no le quedó más remedio que buscar un lugar para
pasar la noche.
Pensando que si se quedaba,
continuaría la búsqueda de su vaca al día siguiente, hizo campamento junto a un
madroño muy grande. Desensilló su mula y la dejó suelta para que buscara pasto
y agua, confiando en que era una mula muy mansa y no batallaría para ensillarla
de nuevo cuando la necesitara, pues era una mula que entendía muy bien sus
palabras y el le dijo que se quitara el hambre y la sed con el pasto y el agua
que había en los alrededores y luego regresara al campamento porque en
cualquier momento podría necesitarla.
El hombre hizo una fogata para
calentar sus tortillas de maíz rellenas con frijoles, fue por agua a un
arroyito cercano y puso a cocer unas matas de yerbanís de las muchas que había
por ahí donde se encontraba.
De su bolsita de pinole sacó una
piedrita de piloncillo y endulzó su bebida de yerbanís que le supo así muy
sabrosa. Luego, se fumó un cigarro de tabaco cimarrón y se dispuso a descansar
porque ya tenía mucho sueño.
Se enredó en su cobija, puso la silla
de montar como almohada y se quedó profundamente dormido, sin darse cuenta de
lo que pasaba a su alrededor. Así durmió de un solo golpe hasta la madrugada.
Se despertó cuando eran como las
cuatro de la mañana, según sus cálculos y como ya no tenía sueño, pensó que era
mejor levantarse ya para ganar tiempo en la búsqueda de su vaca.
Estaba bastante oscuro todavía, pero
le tenía mucha confianza a su mula y sabía que no le asustaba andar en la
oscuridad, de manera que tomó el lazo, lo amarró al cuello de la mula y luego
procedió a ponerle el freno.
Notó a la mula un poco rebelde al
ponerle el freno y se puso a platicar con ella para tranquilizarla. –No te me
rajes mi mulita chula- Le dijo. –Vamos a subir al cordón a ver si amaneciendo
podemos divisar la vaca. Si no, pos nos regresamos y te dejo descansar todo el
día-.
Haciéndole plática logró ponerle el
freno y se felicitó una vez más por tener una mula tan entendida, pues estaba
seguro de haberla convencido con sus palabras y con esa confianza le echó la
silla encima, la ajustó y se montó de un salto para emprender rápidamente el
camino.
No entendía por qué encontraba algo
raro en el paso de la mula, pero no le dio demasiada importancia. Siguió
adelante y fue a subir al cordón alto para divisar desde ahí en cuanto hubiera
luz de día, con la esperanza de ver a su vaca.
Se puso a cantar una canción pero
siguió pensando en ese trotecito raro de la mula y en que a lo mejor hacía
falta cambiarle las herraduras o que ya había perdido alguna. Total, decidió
esperar a que hubiera luz para revisar las patas de su bestia.
Todavía no aclaraba bien, pero ya
había un poco de luz cuando iba subiendo a lo más alto del cordón. Con esa poca
claridad se le figuró que las orejas de la mula eran más chicas que el día
anterior y se le hizo chistoso. –Parece que todavía estoy soñando- se dijo a sí
mismo.
De cualquier modo no se quedó a gusto
y en cuanto subió a un planito para revisar que estaba pasando y se encontró
con una gran sorpresa.
¡No era su mula!
Lo que tenía junto
a él era un oso ensillado y con el freno de su mula puesto, que lo miraba
mansamente.
Entonces se dio cuenta de que se había
equivocado en la oscuridad y en lugar de ensillar su mula, ensilló un oso que
andaba ahí cerca.
Como ya estaba ahí, no le quedó más
remedio que montar nuevamente en el oso y seguir buscando su vaca.
Finalmente la encontró, pero tuvo que
recorrer el monte durante un buen rato, montado en el oso, que parecía muy
dispuesto a cooperar, pues se portó muy mansito.
Ya de regreso, se encontró con su mula
que lo estaba esperando en el lugar donde había hecho campamento el día
anterior. Se bajó del oso, lo desensilló y lo dejó en libertad, agradeciéndole
el servicio prestado durante ese día y ensilló su mula nuevamente para regresar
a casa.
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